En la democracia contemporánea se visibiliza una etapa de
redefiniciones del escenario político-religioso en el Ecuador. Quiero referirme específicamente a la candidatura de Nelson Zavala, (a quien Dalo Bucaram calificó como “un hombre de Dios”), un
pastor evangélico a la Presidencia de la República.
El hecho de que un pastor evangélico sea candidato presidencial no
solo que tensionaría política y teológicamente el vínculo histórico que
hay entre el Estado y la Iglesia católica, sino que evidenciaría un
ligero movimiento que desplazaría el lugar de los evangélicos de los
márgenes políticos hacia el centro. Siendo así, la aproximación
discursiva de varios sectores evangélicos no se verían orientados hacia
“la salvación” de la persona, sino que podría hacerse presente una
tendencia a desclasificar el mensaje religioso para convertirlo en un
instrumento político.
Así, surgen inquietudes de todo tipo: ¿es posible que el candidato construya su discurso político basado y encuadrado en la
retórica que ejercía en su congregación?; o a la inversa, ¿el discurso
religioso (evangélico) tomaría un giro de carácter político en los
lugares de culto?
Pero no solo eso, ¿el trabajo de proselitismo para las
elecciones estaría principalmente concentrado en las congregaciones
evangélicas?
El hecho de que en la figura del “líder evangélico” dentro de las
iglesias recaiga hoy buena parte de la responsabilidad de hacer del
movimiento religioso un sujeto político de mayor escala nos podría dar
la pauta de la inclinación ideológica que varios grupos evangélicos
pudieran adoptar como propias.
Tal parece entonces que en esta nueva
contienda electoral se verán fragmentadas ya no solo
posiciones ideológicas sino que también se harán presentes
fragmentaciones dadas por los sentidos políticos que den las doctrinas
teológicas presentes en el país.
